La puta balanza no se mueve. Es
una espera constante y sin sentido, a esta altura de las cosas. Me enojo fácil,
pero de verdad que agota hacer las cosas bien y no obtener resultados. Porque
llega la odiosa pregunta, para qué? A veces no entiendo, y otras me resigno,
porque de verdad la pregunta eterna de que le pasa a este cuerpo ya me aburre
hasta a mí, creo que debo tener una zona cerebral dedicada a las dietas, el
sobrepeso y otra enorme y superdesarrollada para la frustración de hacer cosas
al pedo. No lo sé, y me canso de preguntar. De todas formas, haciendo un mea
culpa, me doy cuenta de que no estoy estricta y de que ese nuevo sentido de
inmediatez necesaria de la felicidad le pone un freno enorme al hecho de hacer
dieta. Lo explico bien, muchas de las cosas, para no decir todas, de las que hace la humanidad, están atravesadas
por la comida. No es como con una droga, en donde hay un momento, o alguna
situación en la que puede consumirse sin tener problemas. La comida está
siempre y a libre disposición del que tenga plata para pagarla. Eso es jodido,
al menos para un gordo con un poder adquisitivo de limitado a bueno. Ni hablar
del gordo rico: tiene muchas más chances de enchastrar su paladar con grasa,
que posiblemente venga en un paquete mucho más elegante, pero no deja de ser
grasa que va a terminar en sus arterias, y va a darle un bobazo, un poco más
tarde o más temprano. Llama la atención la cantidad de más que puse en el
párrafo anterior. Pero el cerebro no es estúpido: por algo están ahí. Ese es el
quid de la cuestión. El abarrotamiento de comida en el que vivimos, me da una
mano enorme para seguir creciendo en talla. El gurú, en uno de sus libros,
llama al mundo la aldea globesa. Un pelotudo, porque lo leo y me da bronca.
Pero a pesar de su poco feliz término, la idea en general está bien. Los que
tienen plata en el mundo, están cada vez más gordos. Cambió la fisonomía de la
gente de un montón de países donde históricamente eran en general flacos, y
ahora empiezan a verse personas rechonchas por doquier. Y donde hay pobres, lo
que pasa es sencillo: la poca guita hace que puedas comer cosas que te llenen
la panza y que esa saciedad deba durar, y que eso que le mandás al estómago
debe ser barato. La conclusión es sencilla: otra vez harinas y grasas.
A veces lo pienso, y lo entiendo
mejor: además de que acá no hay una cultura de las verduras, que son más
baratas que la harina, todo lo empaquetado, todo lo industrializado tiene
harina y grasas. Entonces, pobre o rico, se termina comiendo lo mismo, y eso
hace que cada día los gordos seamos más gordos, y los flacos sean cada vez más
escasos.
A pesar de toda la perorata, que
claramente viene de mi visita a un shopping abarrotado de gente, llena de bolsas,
comiendo sin parar, con esas cajas de pochoclo para darle de comer a todo un orfanato,
junto con una coca cola que llena una pileta de bebé, y me sale esto, porque viéndolo
desde afuera, yo era una más del patético conjunto, tengo que darme cuenta de
que ese tren ya no es para mí, de que tengo que bajarme de esos programas que
no llevan a ningún lado, y elegir muy bien a donde voy cuando salgo a comer
afuera. Estoy cansada de tantos
cuestionamientos, y muy cansada de que este cuerpo puto no me haga caso cuando
me porto bien. Me queda la difícil tarea de convencer a mi marido para
operarme. Qué será más difícil?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario